POV: Cecilia Hernández
El mundo se detuvo.
No sé si dejé de respirar o si simplemente el aire decidió abandonarme, pero cuando los vi entrar—cuando lo vi a él, a mi esposo, del brazo de mi hermana—sentí que todo mi cuerpo se congelaba.
Un chok.
Un golpe seco en el pecho.
Un dolor tan repentino que casi me dobló.
Mis labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió. Todo dentro de mí gritaba, y aun así, por fuera, parecía de piedra.
Las miradas del salón me cayeron encima como una lluvia helada. Murmullos, susurros, cejas alzadas. No sé qué dolía más: la traición evidente o la humillación pública que ardía en mi piel como fuego.
Mi matrimonio fuera real o una mentira…
la vergüenza era real.
La vergüenza era mía.
No me atreví a levantar la vista. Sentí mis mejillas arder, mis manos temblar sobre la tela del vestido que tanto me había costado encontrar el valor de usar. Por un segundo quise desaparecer, convertirme en aire, en sombra. Pero el suelo seguía allí, cruel, sosteniéndome.
A