Vereda Catani
A la gente le gusta repetir que el tiempo lo cura todo. Que el dolor se disuelve, que el duelo se apacigua, que el amor se vuelve un recuerdo dulce.
Mentira.
El amor que no fue vivido, el que se quedó atrapado entre los dientes por orgullo o cobardía, ese no pasa. Fermenta. Se vuelve vinagre, luego veneno. Y, en mi caso… se convirtió en obsesión.
Yo sé la verdad. La cargo conmigo. Nunca la olvidé, nunca la perdoné. Y, por encima de todo… nunca desistí.
Lorenzo Vellardi.
Su nombre en silencio me provoca un escalofrío por todo el cuerpo. No el tipo de escalofrío encantado, romántico… no. Es el tipo de estremecimiento que precede a un ataque. El que me invade cuando recuerdo todo lo que me fue arrebatado, o mejor dicho, todo lo que jamás me fue concedido.
Pero no es amor lo que siento. El amor es pequeño. El amor es para niñas que escriben en diarios con bolígrafos color rosa. Lo que yo siento por Lorenzo es más profundo. Más oscuro. Es necesidad. Es hambre.
Es obsesión.
Ap