Isabella despertó antes de que el sonido del despertador pudiera llenar la habitación con su timbre metálico.
Sus ojos se abrieron lentamente, aún nublados por los restos del sueño que la había acompañado durante toda la madrugada. Un sueño que no había sido leve ni fugaz. Era de esos que dejan marcas. Que se clavan bajo la piel como fuego.
Su pecho subía y bajaba con fuerza, como si acabara de emerger del fondo del agua. Sus muslos, aún tensos, delataban el estado en el que había despertado: temblorosa, caliente, húmeda. Tan entregada al deseo que ni siquiera el mundo real parecía bastar para contenerla.
Se había tocado y había llegado al orgasmo soñando con él.
Solo pensar en eso, hizo que el rubor se extendiera por sus mejillas, como si fuera posible esconder de sí misma la verdad que ardía en cada célula de su cuerpo. La vergüenza intentó ocupar el lugar del placer, pero era inútil. El cuerpo no miente, y el suyo había gritado durante la noche por algo que intentaba negar a toda c