El suave perfume de flores frescas y pan recién horneado flotaba en el aire, mezclados con el delicado tintinear de la porcelana en las manos cuidadosas de Antonella. La mesa estaba impecable —Marta se había esmerado con un celo casi maternal aquella mañana. Había jarras de jugo natural en cristal, croissants mantecosos junto a mermeladas caseras, frutas que brillaban como joyas en compoteras de vidrio, y arreglos florales adornando con sutileza cada rincón.
Pero todo aquel refinamiento no lograba disimular la tensión que flotaba en el ambiente como una sombra densa y silenciosa. Antonella ya estaba sentada, elegante como siempre, observando las manecillas del reloj con esa inquietud contenida de quien espera algo más que el paso del tiempo. El sonido de pasos descalzos resonó en el mármol de la escalera. Aurora apareció en lo alto, con el cabello aún despeinado por el sueño, los ojos grandes y húmedos brillando de emoción, y su fiel muñeca Cacau apretada entre los brazos.
Lorenzo ac