Noah despertó tarde, con un dolor pulsante en las sienes y la sensación incómoda de haber perdido algo importante. La habitación estaba en silencio, apenas iluminada por la luz grisácea de la mañana que se colaba entre las cortinas.
Pero no fue eso lo que lo desconcertó. Fue la impresión, vívida y persistente, de unos labios sobre los suyos. Un beso.
Uno que no recordaba del todo, pero cuyo calor seguía adherido a su piel como un eco imposible de ignorar.
Se incorporó, llevándose la mano al rostro. Había algo más.
Un aroma tenue… familiar. El perfume de ella.
Noah cerró los ojos, irritado consigo mismo. Trató de recordar, de hilo por hilo reconstruir la noche: las bromas de Seth, las provocaciones de Ian, las copas que se acumulaban sin que él lo notara. Y luego… la luz de un auto. Una figura femenina. Una voz que lo llamaba por su nombre.
El problema era que, cuanto más intentaba, más se le revolvía el estómago. Porque tenía la sensación de que ese beso no debía haber ocurrido. Y aun