La mañana comenzó envuelta en un silencio extraño, como si la mansión Winchester retuviera el aliento antes de un desastre inevitable. Denisse no había dormido bien; la angustia del chantaje seguía clavada en su pecho como una espina que no podía arrancar. Anteriormente cuando había confesado al fin la verdad a Noah, temblando, esperó que él se enfadara, que la juzgara, que la expulsara de su vida.
Pero no lo hizo. Él simplemente escuchó.
Y luego —sin una sola duda, sin pedir explicaciones— le dijo que la ayudaría a pagar la deuda del chantaje.
Apareció en su habitación y le dijo que se lo depositaría a su cuenta, además agregó: “El resto… lo resolveremos juntos”. Lo dijo, con esa firmeza que siempre la hacía sentir a salvo.
Sin embargo, cuando esa misma mañana él volvió a preguntarle si conocía al responsable, Denisse tuvo que mentir. No podía decirle que se trataba del mismo hombre que arruinó su vida; no cuando había descubierto recientemente una carta que confirmaba que ese hombre