El grito de Aurora se ahogó en la ventisca, absorbido por la inmensidad blanca que los rodeaba.
No sintió el frío de la nieve empapando sus rodillas cuando se lanzó al suelo junto a Lorenzo. Solo sintió el terror absoluto al ver al hombre indestructible derrumbado como una estatua derribada.
—¡Lorenzo! —Su voz era un desgarro—. ¡Lorenzo, mírame!
Él estaba consciente, pero apenas. Sus ojos oscuros estaban desenfocados, vidriosos, luchando por fijarse en el rostro de ella. Su piel tenía el color de la ceniza, y sus labios estaban azules por el frío y la pérdida de sangre.
—Estoy... aquí... —balbuceó, intentando levantarse, pero sus extremidades no respondían.
Marco apareció a su lado en un segundo, una sombra eficiente y fuerte. No perdió tiempo en palabras de consuelo. Se agachó, pasó el brazo de Lorenzo sobre sus hombros y tiró de él hacia arriba con un gruñido de esfuerzo.
—¡Tenemos que meterlo! —gritó Marco sobre el viento—. ¡Ahora, señora! ¡Ayúdeme!
Aurora se metió bajo el otro bra