La extracción de la bala había sido el final de la violencia, pero solo el comienzo de la recuperación.
Durante las siguientes cuarenta y ocho horas, la cabaña se transformó en un limbo silencioso donde el tiempo se medía en grados de temperatura y cambios de vendaje.
Lorenzo no había despertado del todo desde que Marco sacó el metal de su cuerpo, había caído en un sueño profundo y febril, su cuerpo fuerte luchando una batalla interna contra la infección y la pérdida de sangre.
Marco y Aurora lo habían trasladado de la mesa de la cocina al sofá grande frente a la chimenea. No se atrevieron a subirlo a las habitaciones. El esfuerzo habría sido demasiado para él y para ellos. Así que el salón se convirtió en su habitación, con el fuego crepitando constantemente para mantener a raya el frío de la montaña.
Aurora apenas se apartaba de su lado.
Se había convertido en su sombra, en su guardiana. Le cambiaba los paños fríos de la frente, limpiaba la herida con una delicadeza reverente y hum