El silencio que se había instalado en la cocina tras el portazo de Isabella era una calma tensa, la pausa de la tormenta, no su final.
—¿Te encuentras bien? —Lorenzo tomó el rostro de Aurora entre sus manos con delicadeza, ella asintió y él dejó un beso sobre su frente antes de besar su boca—. No volverá a gritarte, ni a faltarte el respeto.
Las palabras de Lorenzo le sacaron una pequeña sonrisa antes de ser ella quien lo besara esa vez, poniéndose de puntillas para estampar su boca contra la suya en un beso breve pero intenso.
—Limpiaré aquí e iré a ver cómo se encuentran los niños…
—Déjalo —la detuvo Lorenzo—. Ve con ellos, me encargo de esto.
—De acuerdo.
Antes de dirigirse a la habitación de los niños, Aurora se dirigió a la despensa y regresó con un tarro de las galletas de chocolate que Elisabetta y Matteo amaban. Eran su bálsamo para los pequeños dramas.
Subió las escaleras con la cautela de quien se adentra en un espacio vulnerable, deteniéndose frente a la puerta de la habi