Lorenzo estaba de pie frente a la inmensa ventana de su oficina, las manos unidas a la espalda. La luz de la mañana se filtraba, pero su mente estaba enfocada en el problema que Isabella representaba para la estabilidad de sus hijos. Sabía que debía actuar rápido y con decisión.
Un golpe suave y medido interrumpió su concentración.
—Adelante.
La puerta se abrió pero no tuvo necesidad de girarse para saber de quién se trataba. Isabella entró, vestida con una elegancia que ocultaba intenciones maliciosas y una mente calculadora.
—Buenos días —en su voz no quedaban rastros del enojo que había demostrado la noche anterior, se escuchaba e incluso se veía como alguien diferente, como si nada hubiera pasado. Pero lo hizo.
—Siéntate, Isabella —pronunció Lorenzo con frialdad, sin volverse hacia ella aún.
Isabella odiaba esa manera de tratarla, creyéndose superior, pero mantuvo la calma sabiendo que toda esa sensación de control y poder se esfumaría pronto.
Tomó asiento en una de las sillas de