Cuando Lorenzo regresó a la mansión, la tormenta aún no había terminado. Llevó a Isabella a una de las habitaciones de invitados para que descansara y luego fué a buscar a Aurora, quien estaba despierta esperándolo.
Ella notó algunos rastros del enfrentamiento de esa noche y Lorenzo sólo obedeció cuando ella le pidió que se sentara en el sofá de su oficina así podía curarlo.
Aurora se inclinaba sobre Lorenzo, la lámpara de mesa arrojando una luz cálida que contrastaba con el azote del viento en el exterior. Con manos pacientes, limpiaba las heridas recientes sobre la piel de Lorenzo.
Él permanecía en silencio, con los músculos tensos bajo el toque suave de Aurora. Sus ojos, oscuros como la tormenta, parecían mirar más allá de la habitación, cargados de pensamientos que no podían quedarse quietos.
Finalmente, su voz se quebró el silencio, baja y grave, como si le costara arrancar esas palabras de su interior.
—Durante años… creí que Isabella había muerto —. Su mirada se perdió un ins