– La elección del abismo
El internado temblaba como si sus cimientos quisieran expulsar todo lo que había dentro. Las paredes crujían y de las grietas brotaba un humo oscuro que olía a hierro y tierra húmeda. La risa antigua seguía resonando en los corredores, multiplicándose en ecos que parecían provenir de cada pared, de cada sombra, de cada recuerdo enterrado en aquel lugar.
Clara respiraba con dificultad. Cada paso que daba hacia Isla era un esfuerzo titánico: el suelo vibraba y el miedo la empujaba a retroceder. Alexander y Brígida la seguían de cerca, mientras Méndez permanecía inmóvil, con la mirada fija en la figura de Elías y la niña atrapada a su lado.
—¡No podemos dejar que esto siga! —gritó Alexander, intentando sostener la linterna que chisporroteaba—. ¡Ella no es de él!
Elías se giró lentamente hacia ellos. Su presencia parecía absorber la luz y el aire se volvió más denso, casi venenoso. Sus ojos dorados brillaban como brasas encendidas, y a su alrededor las sombras se