Início / Romance / La monja y el inquisidor / Capitulo 4 la Orden del Equilibrio
Capitulo 4 la Orden del Equilibrio

Después de lo que parecieron interminables minutos, salieron al interior de un claustro escondido, oculto dentro del priorato en ruinas. Allí, como si hubiese sido conjurada por el mismo silencio, se alzaba una pequeña cabaña de madera oscura, de techumbre gruesa y chimenea humeante.

Amarraron al caballo bajo un alero donde había forraje, agua fresca y una manta de lana negra. Borgia abrió la pesada puerta de la cabaña, dejando escapar una ráfaga de aire cálido y olor a madera quemada. Dentro, la estancia era amplia, cubierta en su totalidad por estanterías repletas de libros antiguos. En la pared central, bordado en un tapiz rojo, estaba el símbolo de la carta. Un libro abierto con dos espadas cruzadas y una pluma blanca en medio, todo bordado en hilo de plata.

Entienne recorrió el lugar con la mirada, pero no se dejó impresionar.

—¿Para qué me llamaste hasta acá… a los confines del diablo? —pregunto con voz molesta, fría, sin sentarse ni quitarse la capa.

Borgia se giró despacio, sirviendo dos vasos de whisky escocés envejecido.

—Hasta que me mandó tu queridísimo pontífice… según, a revisar unos antiguos escritos. Cosas que ambos sabemos no existen. No encontrarás respuestas por el rumbo que vas, ni siquiera sabes lo que estás buscando, Entienne. —Le ofreció el vaso sin insistir, y luego se acomodó frente al fuego.

—Lo que te diré nos llevará tiempo… además, tu cabello y tú necesitan dormir como se debe. Llegar acá no es fácil, y menos con este clima. Y, según un cuervo, no has dormido en días. Entienne no se movió.

—Vamos, relájate. Eres un buen muchacho, y lo sabes. Fue bueno que nuestro querido Edward te encontrara antes de que te descarriaras más. Deja tu pasado en el pasado y vive el presente sin dejarte consumir por el odio. Sé que tú no eres el apodo que te han puesto.

—¿Y qué soy entonces? —interrumpió Entienne, clavando la mirada como dagas.

—Eres lo que decides ser… y aún puedes elegir. Dios no es ese ser cruel que permite ver morir a su creación.

—Hablas como un hereje, Giovanni Borgia. ¿Quién eres? —bramó Entienne, desenvainando su espada con un sonido seco y metálico.

El cardenal sonrió con tristeza, como si aquella reacción le doliera más de lo que quisiera admitir.

—No te diré nada… mientras no dejes esa actitud que te creó ese estúpido de Innocentius XII. Sabes qué clase de hombre es. Ese… no merece llamarse pontífice —dijo, dejándose caer con calma en el sillón más amplio de la estancia, cruzando una pierna.

Entienne dio un paso más cerca, con la espada alzada.

—¿Y Edward Thorne? ¿Qué me dices de él?

—¿Edward? —pregunto Borgia con duda.

—Sí. Ese trajo la herejía a la tierra personificada, acostándose con la esposa de su hermano y trayendo al mundo una… abominación.

—¿Se te hace que un bebé pueda ser una abominación? —replicó Giovanni sin levantar la voz.

—Entre cuñados, sí… y más siendo el pontífice y su cuñada una mujer casada.

—Cuando te enamores, sabrás a lo que fue sometido el hombre que te rescató y dio todo por ti.

Las palabras se clavaron hondo en Entienne, como un eco remoto de algo que no quería recordar. Su mirada se oscureció más.

Sin decir palabra, levantó el brazo y se dispuso a atacar. Pero Borgia, a pesar de ser más viejo y más pesado, fue más rápido. Con un movimiento preciso y apenas perceptible, sacó de su manga un pequeño artefacto: una especie de aguja de hueso, hueca, con una gota traslúcida en la punta. Antes de que Entienne pudiera soltar el primer tajo, sintió el pinchazo en el costado del cuello.

—¿Qué… qué hiciste…? —murmuró, tambaleándose.

—No es veneno. Solo un somnífero natural. Belladona y corteza de adormidera, la receta antigua de los monjes negros.

Entienne cayó de rodillas, la espada resonando al tocar el suelo. Sus párpados comenzaron a cerrarse, pesados como plomo. Antes de perder la conciencia por completo, vio la figura de Borgia acercarse, con el rostro oculto por la penumbra y el fuego crepitando a su espalda.

—Aún no estás listo para escuchar la verdad, mi pupilo. Pero no te preocupes… pronto lo estarás. —susurró Borgia, agachándose junto a él—. Y cuando eso, pase… nada volverá a ser igual.

Entienne despertó con una punzada en la nuca. La habitación estaba en penumbra, y el fuego en la chimenea apenas alumbraba las paredes tapizadas de libros. Borgia no estaba. Había desaparecido sin dejar rastro… salvo por el mensaje que reposaba sobre un atril de roble junto a la mesa central. Una hoja blanca, escrita con tinta fresca y una caligrafía elegante:

“El conocimiento no se entrega, se busca; tu camino empieza por las raíces.”

Frunció el ceño. Se levantó lentamente, notando la suavidad de la manta que lo cubría. El lugar estaba en completo silencio, solo perturbado por el crujido ocasional de la madera bajo sus botas. Se acercó al atril. El libro que allí descansaba no tenía título, pero estaba marcado con el mismo símbolo de la carta: el libro con las dos espadas y la pluma.

Lo abrió. En la primera página, trazado con tinta rojiza como si fuera sangre seca, se leía:

Chronica Ordinis Aequilibrii – Crónica de la Orden del Equilibrio

Fundador: Erik Thorvaldsson el sabio

Año estimado: 987 d.C.

Los dedos de Entienne se detuvieron. Erik Thorvaldsson. Un nombre que conocía de leyendas nórdicas. Un guerrero vikingo, conocido como el Rojo, pero este, claramente, era otro. La nota lo describía así:

Erik el Sabio, guerrero de mar y acero, abandonó el saqueo para abrazar la cruz. Vio en la fe no un dogma, sino un instrumento de equilibrio. Comprendió que el poder absoluto, incluso en manos santas, corrompía el alma.

Fundó entonces una sociedad secreta: la Orden del Equilibrio, nacida entre sangre y ceniza, destinada a preservar el libre albedrío del hombre entre el filo de dos extremos: religión y política.

Entienne pasó la página, ahora con las manos sudorosas.

El segundo tomo que encontró estaba encuadernado en cuero curtido, sin marca alguna, excepto un relieve del mapa de Cornualles. Al abrirlo, descubrió un nombre escrito con reverencia:

Silvester Secundus Pontifex Maximus

Año 1001 d.C.

Fue el papa Silvestre II, un sabio de alma alquímica y mente cartesiana, quien halló las ruinas del Priorato Caelia, al sur de Cornualles. Allí, entre columnas derruidas y criptas olvidadas, encontró las reliquias de la antigua Orden. Fue él quien la restauró, dándole estructura, jerarquía secreta y nuevas sedes camufladas en abadías.

No todo puede ser revelado, escribió el Papa en sus notas privadas. ‘La Iglesia predica fe ciega, pero esta orden predica equilibrio: una cuerda tensa entre el fanatismo y la anarquía’.

Entienne se sentó sin darse cuenta, con la mirada fija. Todo lo que había buscado por años (el origen de los textos perdidos, los rastros que la Inquisición intentó borrar) estaba allí. Frente a él.

Tomó un tercer libro. Era un diario, firmado por un nombre que conocía demasiado bien:

Giovanni Borgia – Prior XVII de la Orden

Hay quienes creen que servimos a la herejía. Cuestionar a un pontífice es rebelión. Pero olvidan que la verdadera fe es libre. Nuestra labor es sencilla y eterna: impedir que la Iglesia destruya aquello que dice proteger.

Hoy he encontrado a un joven. Perdido. Feroz. Entienne.

Lo he observado durante años. Edward lo salvó del abismo, pero no pudo borrar su sed de venganza. Quizá aquí, entre libros que respiran y nombres que pesan como tumbas, encuentre su verdad.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App