La niebla espesa de las primeras horas de la madrugada cubría los campos cercanos a la abadía de Couenelles, envolviendo las pequeñas chozas de los campesinos como si el cielo mismo intentara esconder lo que allí ocurría. Entre esas chozas, había una en particular —una casa de piedra con techo de madera vieja y hiedra trepando por sus muros—, situada al borde del bosque de Saint-Benoît, a unos pocos kilómetros del muro trasero de la abadía.
En su interior, iluminados por una lámpara de aceite y abrigados por un fuego tenue, dos hombres bebían en silencio. El licor en sus copas era Chartreuse Verte, fuerte y espeso, típico de la región y conocido por ser servido entre monjes y nobles por igual. La botella había sido abierta por Borgia mismo, como un gesto de respeto y hermandad.
—El retraso de los hermanos Guerra, Maurice y Elian me inquieta —dijo Borgia finalmente, rompiendo el silencio mientras giraba el licor en su copa—. Deberían haber llegado hace tres noches. Couenelles está más