CAPÍTULO 2
Un plan descabellado El tiempo pareció estirarse como un chicle. Cada segundo que pasaba con Jack Nikos mirándome en silencio desde el umbral de su puerta era una tortura. Podía sentir el rubor subiendo por mi cuello, incendiando mis mejillas. La confianza de femme fatale con la que había salido de mi apartamento se había evaporado, dejándome como una idiota en un vestido rojo demasiado ajustado. Que le dejaba ver más de lo que debía mostrar. Él seguía allí, inmóvil. Luego, muy lentamente, se cruzó de brazos. Ese simple movimiento hizo que los músculos de sus bíceps se tensaran bajo la tela de su camiseta negra. Su mirada gris e intensa me recorrió de la cabeza a los pies y de vuelta, sin prisa. No era una mirada lasciva, sino analítica, casi como si estuviera evaluando una propuesta de negocios particularmente inusual. Lo cual, supongo, era exactamente mi loca propuesta. Finalmente, movió la cabeza de un lado a otro, un gesto mínimo, como si sopesara los pros y los contras de mi demente proposición en una balanza invisible. Yo, mientras tanto, preparaba mi discurso de disculpa. “Lo siento, ha sido un día terrible, creo que tengo fiebre, no sé qué me ha poseído…”. Tenía una lista interminable de excusas y disculpas formándose en mi cabeza. Pero las palabras que salieron de su boca no fueron las que esperaba. —Tres semanas —dijo al fin. Su voz, profunda y tranquila, cortó el silencio como un cuchillo. Parpadeé. Mi cerebro, sobrecargado y al borde del colapso, luchaba por procesar esa información. —¿Perdón? – mascullé mi respuesta. —Tres semanas —repitió, y esta vez una de las comisuras de sus labios se curvó hacia arriba en una sombra de sonrisa. — No dos. Tres. —¿Tres semanas? —repetí como un loro, mi mente en blanco no lograba entender del todo. ¿Aquello era un sí, o un aléjate de mí? —Sí. El trato me interesa, pero con una modificación —explicó, su tono completamente pragmático. — Yo fingiré ser tu prometido perfecto durante las fiestas en casa de tus padres, si tú finges ser mi prometida devota durante una semana en casa de mi abuelo. Lo miré fijo. Brutalmente fijo. ¿Él? ¿El gran Jack Nikos, el magnate misterioso del penthouse, necesitaba una novia falsa? La idea era tan absurda que por un momento pensé que me estaba tomando el pelo. Que se estaba burlando de mí. Pero su expresión era mortalmente seria. Sacudí la cabeza, intentando aclarar mis pensamientos y expulsar las imágenes inapropiadas que mi cerebro decidió proyectar en ese preciso instante sobre la palabra “devota”. —¿Tú… necesitas fingir? —logré articular. —Todos tenemos presiones familiares, Any —dijo, y el hecho de que usara mi nombre me descolocó por completo. Él sabía mi nombre. No podía creerlo. — La tuya viene de tu familia. La mía viene en la forma de un abuelo griego de ochenta y cinco años llamado Spiros, que cree que mi único propósito en la vida es darle bisnietos antes de que él se reúna con sus ancestros. — Necesito convencerlo de que así será. Lo miré fijamente. Como una tonta creo. Y luego contesté — Es un trato — la palabra salió de mi boca con una rapidez que me sorprendió a mí misma. — La desesperación es una gran motivación – dije, más para mí misma que para él. — Si para evitar una humillación familiar tengo que enfrentarme a un abuelo griego… entonces, que así sea. Una sonrisa genuina, aunque pequeña, iluminó su rostro por un segundo. Fue como ver un breve destello de sol en un día nublado, y me dejó momentáneamente sin aliento. —Muy bien —dijo, haciéndose a un lado. — Entra Any. Tenemos que hablar de los términos de nuestro acuerdo. Dudé solo un instante antes de cruzar el umbral de su penthouse. —Entra —repitió Jack, con amabilidad, abriendo más la puerta. El apartamento de Jack era la antítesis del mío. Donde el mío era un caos acogedor de libros apilados y cojines de colores, el suyo era la personificación de la elegancia moderna y minimalista. Paredes grises, muebles de diseño con líneas limpias y un enorme ventanal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad que te hacía olvidar tus propios problemas… o al menos los empequeñecía. El aire olía a café recién hecho y a algo más, una colonia sutil y masculina, que lo señalaba de forma inequívoca a él. El pánico de hacía un momento se había transformado en una extraña mezcla de alivio, audacia y una buena dosis de “¿en qué diablos me he metido?”. Me hizo un gesto para que me sentara en un sofá de cuero blanco tan impoluto que temí mancharlo solo con mi presencia. Me senté en el borde, con la espalda recta como una tabla. Él se sentó en un sillón a juego frente a mí, con una expresión seria que, por un segundo, me hizo dudar si todo esto era real o un sueño febril. —Entonces, Any… —empezó, su voz profunda llenando el espacio—. Explícame con detalle qué esperas de este… acuerdo. Respiré hondo y, sintiendo que ya no tenía nada que perder, se lo conté todo. La boda de mi hermana, la presión de mi madre, la inminente inquisición de mi abuela y la estúpida mentira que le había soltado a mi ex. Omití la parte del despido; ya era suficiente humillación por un día, no quería parecer una completa perdedora ante sus ojos. Jack escuchó pacientemente, asintiendo de vez en cuando. Cuando terminé, esa media sonrisa volvió a aparecer. —Entiendo los imprevistos familiares. Mi problema, no es un imprevisto, es más una tormenta que se avecina desde hace años —dijo, reclinándose en su asiento. — Mi abuelo, Spiros, es el patriarca de la familia Nikos. Un hombre de tradiciones, chapado a la antigua y… extremadamente persuasivo. — He decidido que a mis treinta y cuatro años, ya es hora de que siente cabeza. Hizo una pausa, mirando por la ventana hacia las luces de la ciudad. —La herencia familiar está en juego. No es que necesite el dinero, pero sí el control de la empresa que él fundó. Una parte importante de ese control depende de su bendición y aprobación. — Si cree que finalmente he encontrado a “la mujer adecuada”, alguien a quien adoro y que me adora, las cosas serán mucho más sencillas para mí. —¿Así que quieres que finja estar locamente enamorada de ti delante de tu abuelo? —pregunté, sintiendo que el rubor volvía con fuerza a teñir mis mejillas. La idea de tener que actuar de esa manera con este hombre, que era prácticamente un desconocido, era tan intimidante como embarazosa. Y… sumamente tentadora. —Exactamente. Y yo haré lo mismo por ti ante tu familia. Un intercambio equitativo de ilusiones. Tres semanas en total. —Levantó tres dedos para enfatizar. — La primera semana, en tu casa, para la boda de tu hermana. La segunda, la pasaremos en la finca de mi abuelo. Y la tercera… podemos usarla para nuestra “ruptura amistosa”, para que nadie sospeche. ¿Te parece un plan sólido? Me reí un poco, una risa nerviosa. —Suena… estratégicamente brillante. Y aterradora. —Lo es Any. Pero necesaria. Ahora, las reglas del juego —dijo, inclinándose hacia delante, adoptando un aire de conspirador. — Para que esto sea convincente, tenemos que ser creíbles. Necesitamos una historia de fondo sólida. ¿Cómo nos conocimos? —Bueno, nos conocimos en el ascensor. Eso es cierto —sugerí. —Cierto, pero aburrido. Necesitamos más chispa —replicó él—. ¿Qué tal esto? Nos conocimos en el ascensor durante un apagón de hace unos meses… — Quedamos atrapados los dos, solos. Hablamos durante diez minutos que parecieron una bella eternidad. Hubo una conexión instantánea entre los dos. Y yo te invité a salir en cuanto volvió la luz. Me quedé boquiabierta. Era perfecto. —Me gusta. Es romántico. —Exacto. Tragedia y romance, una combinación clásica —dijo con un brillo divertido en los ojos. — ¿Y cuánto tiempo llevamos “juntos”? —Seis meses —dije yo—. Es tiempo suficiente para estar comprometidos, pero no tanto como para que mi familia espere saber cada detalle íntimo de tu vida. —Bien pensado —concedió Jack—. Ahora, los detalles importantes. Apodos cariñosos. Casi me atraganto. ¡Apodos cariñosos! ¿"Mi cielo"? ¿"Osito de peluche"? ¿"Mi bombón de chocolate"? La sola idea me dio un escalofrío de vergüenza ajena. —Quizá… ¿podemos saltarnos esa parte? —rogué. Jack se rió, un sonido ronco y sorprendentemente agradable que retumbó en su pecho. —Me temo que no. Tu madre y tus tías se lo comerán con patatas. Mi abuelo también. Necesitamos algo simple, que no suene forzado. ¿Qué tal… “cariño”? Es un clásico por algo. —"Cariño" está bien —acepté, aliviada—. Any y Jack en privado, hasta que estemos muy seguros de que nadie nos escucha. —Hecho —dijo, su tono volviéndose serio de nuevo—. Ahora, el contacto físico. Sentí que mi cara ardía por enésima vez. —Ante tu familia, supongo que bastará con ir de la mano, algún abrazo, un beso ocasional en la mejilla —dijo, enumerando los puntos como si fuera una lista de la compra. — Pero con mi abuelo… Spiros es un gran admirador de las demostraciones públicas de afecto. Cree que son una señal de amor verdadero y pasión. Tragué saliva. —¿Qué tan… públicas? –pregunté sintiendo un nudo en mi estómago. —Un brazo alrededor de tu cintura casi constantemente. Besos que parezcan robados cuando creamos que no mira, pero asegurándonos de que sí lo haga. Y al menos un beso de verdad, convincente, delante de él. Mi corazón dio un vuelco. —Un… Un beso de verdad. —Solo si es necesario para sellar el trato —aclaró, aunque sus ojos grises parecían desafiarme. — No te preocupes. Soy un excelente actor. Eso era un alivio. Porque yo no lo era. Durante la siguiente hora, Jack y yo trazamos los detalles de nuestra farsa. Fue como planificar una operación militar. Discutimos sobre nuestros supuestos pasatiempos compartidos (a ambos nos gustaba el senderismo, decidimos), nuestras "citas memorables" (inventamos una cena italiana desastrosa pero divertida y un paseo nocturno por un parque que ninguno de los dos había visitado) y los pequeños gestos de afecto que deberíamos mostrar. Él me interrogó sobre mi familia: quiénes eran los más escépticos (mi padre), quiénes los más sentimentales (mi madre y Susi), y quién era la jefa final (la abuela). Yo le pregunté sobre su abuelo: qué le gustaba (la honestidad, la comida casera y el ouzo), qué le irritaba (la debilidad y las mentiras, lo cual era maravillosamente irónico), y qué tan "tradicional" era exactamente. —Le encanta la comida casera —dijo Jack—. Así que si te animas a cocinar algo… o al menos a fingir convincentemente que lo cocinaste, sumarías muchos puntos. —¡Soy una excelente cocinera! —declaré, sintiendo que mi cerebro ya estaba en modo "operación engaño" — Y puedo buscar recetas griegas sencillas en G****e. Y prepararle algo delicioso a tu abuelo. Lo importante es la intención, ¿no? Jack sonrió de verdad esta vez, y el efecto fue devastador. —Exactamente. La intención es lo que cuenta. Yo también sonreí. Y sus ojos se clavaron por un instante en mi sonrisa. Al final de nuestra surrealista reunión, me sentía sorprendentemente cómoda con él. Había una química extraña entre nosotros, una complicidad nacida de la necesidad mutua y un sentido del humor compartido. Engañar no estaba naturalmente en nuestros sistemas, pero los dos estábamos en una misma situación. —Entonces, ¿tenemos un trato? —preguntó, extendiendo su mano. Miré su mano grande y bien cuidada, y luego sus ojos. —Tenemos un trato, Nikos. Estreché su mano. Su agarre fue firme y cálido, y el contacto, aunque breve, envió una extraña corriente eléctrica por mi brazo. Mientras salía de su impecable apartamento y volvía a la seguridad del mío, no pude evitar sentir un nudo de terror y emoción en el estómago. La idea de engañar a toda mi familia, y a la suya, era una locura de proporciones épicas. Estábamos construyendo un castillo de naipes sobre un volcán. Pero, al mismo tiempo, una parte de mí estaba emocionada con la idea. Esto iba a ser un desafío, una aventura. Y por primera vez en semanas, desde el despido y la ruptura, no me sentía como una víctima. Sentía que tenía un plan. Un plan descabellado y absolutamente loco, sí, pero un plan al fin y al cabo. ¿Podríamos Jack y yo mantener esta farsa durante tres semanas sin que nadie sospechara la verdad? ¿O estábamos destinados a protagonizar el desastre navideño más épico de la historia? Solo el tiempo lo diría.