Tácticas de Combate

CAPÍTULO 3

Tácticas de Combate

Cuando más aliviada me sentía, apareció mi madre al teléfono.

“ Any, tu novio y tú dormirán en la habitación del ático, la abuela pidió tu cuarto y ya sabes que ella no acepta un no como respuesta “

— ¿Qué? ¿Dormir? ¿En la misma cama con Jack?

Eso era algo en lo que no había pensado. ¿Cómo iba decírselo?

No… ¿Cómo iba a hacerlo yo? Él no era mi novio real. No podíamos compartir la misma cama, ¿o si?

Tenía que decírselo. Pero no sabía cómo o cuándo. Tenía que encontrar el valor para contárselo.

Al día siguiente antes de iniciar con nuestra farsa, nos reunimos en su penthouse para finiquitar detalles.

No podíamos darnos el lujo de cometer un error. Esta vez yo empecé.

—Necesitamos una historia creíble sobre nuestro primer beso —dije, tratando de sonar profesional mientras dibujaba una espiral en mi libreta.

Mi pulso, sin embargo, delataba mi falta de serenidad.

Estaba en la "guarida del león", el impecable y minimalista apartamento de Jack. Había pasado solo un día desde nuestro pacto demencial, y habíamos decidido que la mejor forma de construir nuestra farsa era con sesiones de estudio intensivas.

Yo lo llamaba “Método de Actuación para Farsantes Desesperados”. Jack, con su pragmatismo habitual, lo llamaba “Alineación de Estrategias”.

Él estaba recostado en su sofá de cuero blanco, con la misma facilidad con la que un rey se sienta en su trono.

Llevaba unos vaqueros oscuros y una camisa de lino azul remangada hasta los codos, revelando unos antebrazos fuertes y bronceados.

No debía mirarlo así. Pero lo hacía. Cada vez que lo veía en modo casual, mi cerebro sufría un cortocircuito.

Era infinitamente más peligroso para mi autocontrol que el CEO de traje y corbata.

—Sugiero que digamos que fue después de nuestra segunda cita —propuso Jack, su voz profunda y tranquila interrumpiendo mis pensamientos inapropiados.

— Te llevé a un concierto de jazz en un club pequeño del centro. Llovía a cántaros cuando salimos. Te ofrecí mi chaqueta y, justo debajo de un viejo letrero de neón que parpadeaba, te besé.

Me quedé mirándolo, boquiabierta. La imagen que pintó en mi cabeza era tan vívida, tan perfectamente romántica, que por un instante me olvidé de que era una mentira y la viví en mi cabeza.

—Eso es… muy detallado —logré decir.

—La credibilidad reside en los detalles, Any —replicó, y una de sus cejas se arqueó ligeramente, como si me estuviera poniendo a prueba.

— Tu turno. ¿El apodo de mi madre?

—Helena —respondí al instante—. Le encanta la jardinería, especialmente las orquídeas, y cree que trabajas demasiado. Tu padre se llama Demetrios, es un académico jubilado obsesionado con la historia del Peloponeso y le preocupa que no comas lo suficiente.

Una sonrisa casi imperceptible jugó en sus labios. —Impresionante. Has estado estudiando.

—Bueno, tu abuelo Spiros no es el único interrogador temible en esta ecuación. Mi abuela Lila puede oler una mentira a cincuenta pasos y a través de una pared de hormigón. Necesitamos estar blindados.

—Bien —dijo, asintiendo—. Ahora, los regalos. Te he regalado un par de pendientes de zafiros para nuestro aniversario de seis meses. Tú me regalaste una primera edición de “El Gran Gatsby”, porque sabes que es mi libro favorito.

Asentí, anotándolo todo febrilmente, sintiendo que mi vida se había convertido en el guión de una película que no estaba segura de querer protagonizar.

—Necesito ir al baño por un momento —anuncié, levantándome.

La mezcla de nervios y el café que Jack había preparado estaban haciendo estragos en mi vejiga.

Cuando salí del lujoso baño de invitados, que era más grande que mi dormitorio, un sonido grave y desconocido me detuvo en el pasillo.

Eran voces masculinas provenientes del salón. Una era la de Jack, tranquila y controlada. La otra era tensa, agresiva y… dolorosamente familiar.

Mi corazón se hundió. Adan.

— ¿Qué demonios hace él aquí? – siseé.

Me quedé paralizada detrás de una esquina, oculta a la vista. No podía moverme. Una parte de mí quería irrumpir y exigir saber qué hacía él allí, pero otra, la parte cobarde que había estado al mando últimamente, me mantuvo pegada al suelo.

Escuchar era más seguro.

—No sé quién te crees que eres, Nikos —espetó Adan. Su tono era el que usaba cuando intentaba intimidar a un cliente reacio.

— Any es mi mujer. Tuvimos una pelea, eso es todo. Las parejas pelean. Ella volverá conmigo.

Hubo una pausa. Pude imaginar a Jack, inmóvil, evaluando a su oponente. El silencio que siguió fue más intimidante que cualquier grito.

—¿Tu mujer? —La voz de Jack finalmente cortó el aire, suave como el acero pulido. Era aterradoramente tranquila.

— Es un término interesante. Por lo general, implica un cierto grado de lealtad. Una cualidad que, según tengo entendido por un recibo del Hotel Serenity para dos personas, no figura en tu repertorio de virtudes.

Sentí que el aire abandonaba mis pulmones. — ¡Sí! Te lo mereces por cretino – festeje.

Yo se lo había contado a Jack en mi arrebato de humillación el primer día, pero escucharlo usar esa información como un arma contra Adan era algo completamente diferente.

—¡Tú no sabes nada de nosotros! —gruñó Adan, claramente desestabilizado.

—Sé lo que necesito saber —continuó Jack, imperturbable—. Sé que Any es una mujer inteligente, apasionada y que merece a alguien que no confunda su corazón con una sala de juntas donde se pueden tomar decisiones a sus espaldas.

— Ella merece a alguien cuya definición de “conferencia de ventas” no incluya una habitación con cama tamaño king y servicio de habitaciones para dos.

La humillación contra Adan me quemó las mejillas, incluso oculta en el pasillo sentí cierta pena por él. Pero debajo de ella, una extraña y feroz corriente de satisfacción burbujeaba.

—Ella solo está contigo para darme celos —insistió Adan, su voz subiendo de tono.

— ¡Mírate! Vives en esta torre de marfil, con tus trajes caros y tu aire de superioridad. ¡Crees que puedes comprarlo todo! ¿A ella?

Fue entonces cuando la estrategia de Jack cambió. Pasó del ataque directo a una maniobra tan brillante y cruel que casi sentí lástima por Adan. Casi. Sólo por un segundo.

—Comprar… —repitió Jack, pensativo, como si la idea le resultara novedosa.

— No. No esto no se trata de comprar, Adan. Se trata de reconocer su valor. Verás, en mi mundo, cuando un activo deja de rendir, cuando su gestión es deficiente y traiciona la confianza de los inversores… se liquida.

— No se intenta recuperar con tácticas de patio de colegio. Any ha decidido diversificar su cartera y optar por una inversión más estable y con mayores rendimientos a largo plazo.

— Tú Adan, me temo que te has convertido en un bono basura.

Pude oír el jadeo ahogado de Adan. Jack lo estaba desmantelando, pieza por pieza, usando el mismo lenguaje corporativo y despiadado que regía sus vidas, pero de una forma que lo dejaba como un completo aficionado.

—Maldito… —masculló Adan.

—De hecho, me preocupa tu bienestar —añadió Jack, y su tono ahora era de una falsa y condescendiente compasión que era una obra maestra de la crueldad psicológica.

— Any me comentó que tu situación laboral era… precaria. La reestructuración de personal puede ser dura. Yo en tu lugar cuidaría mi puesto.

Me mordí el labio para no soltar un grito. Yo no le había dicho nada sobre la situación de Adan…Jack estaba improvisando, usando la lógica para tejer una red a su alrededor. O lo había investigado.

— Eres un genio del mal – susurré.

—Mi situación laboral está perfectamente —mintió Adan, con la voz temblorosa.

—Me alegra oírlo —dijo Jack con una suavidad letal—. Porque estaba a punto de ofrecerte ayuda.

— Mi departamento de Recursos Humanos siempre está buscando talento para puestos de ventas de nivel de entrada. Claro que el proceso de selección es riguroso.

— La verificación de antecedentes, por ejemplo. La honestidad y la integridad son pilares fundamentales en todas mis empresas. No querríamos encontrar… discrepancias. ¿Verdad?

El golpe final. No fue un puñetazo, fue una ejecución.

Jack no solo lo había insultado, lo había reducido a un candidato de caridad, a un mentiroso que no pasaría un filtro básico de contratación.

Lo había humillado en su propio terreno: el estatus profesional y la ambición.

El silencio que siguió fue largo y pesado.

Finalmente, oí unos pasos arrastrados y luego el sonido de la puerta principal abriéndose y cerrándose con un portazo que carecía de toda convicción.

Me armé de valor y salí del pasillo, intentando que mi cara pareciera una máscara de confusión inocente.

—¿Acabo de oír la puerta? ¿Era Adan? —pregunté, mi voz un poco más aguda de lo normal.

Jack estaba de pie junto al ventanal, mirando las luces de la ciudad. Se giró lentamente, y su rostro era la imagen misma de la calma.

No había ni rastro de la batalla que acababa de librar.

—Sí. Pasó a… presentarse —dijo, con una simplicidad pasmosa.

—¿Presentarse? ¿Y qué quería? ¿Te ha dicho algo? —presioné, jugando mi papel de novia preocupada.

Él se acercó, acortando la distancia entre nosotros. Sus ojos grises se clavaron en los míos, y por un momento, me pareció ver un destello de algo feroz, algo posesivo, antes de que se desvaneciera.

—Solo la predecible bravuconería territorial —respondió, encogiéndose de hombros—. Le he dejado claro que mis intenciones contigo son serias y que no aprecio las interrupciones.

— No te preocupes. Dudo que vuelva a molestarnos en un futuro cercano.

Me dedicó una de sus medias sonrisas, una que pretendía ser tranquilizadora, pero que ahora, sabiendo lo que sabía, me pareció la sonrisa de un tiburón que acaba de disfrutar de un aperitivo.

— Gracias —murmuré, sintiéndome completamente descolocada.

Él simplemente asintió, volviendo a su asiento como si nada hubiera pasado.

—Continuemos con lo nuestro —dijo, cogiendo su libreta—. Regla número cinco: muestras públicas de afecto. Necesitamos establecer límites y grados de intensidad dependiendo del público. Empecemos con tu madre…

Volví a sentarme, pero mi mente ya no estaba en las reglas. Estaba reviviendo la conversación, la forma en que Jack había defendido no solo nuestro acuerdo, sino a mí.

Lo había hecho con una astucia y un carácter implacable que me dejaron sin aliento.

Había mentido al decir que no volvería a molestarnos. Podía ver la furia impotente en la postura de Adan mientras se marchaba.

Esto no había terminado. Jack no había eliminado la competencia, solo la había herido y la había hecho más peligrosa.

Yo conocía perfectamente a Adan.

Y lo peor de todo, lo más aterrador, era que una parte de mí se había sentido emocionada, protegida.

Había sentido el poder de tener a Jack Nikos de mi lado. Y eso, me había gustado.

Mientras él empezaba a detallar la diferencia entre un abrazo para mi tía abuela y uno para mi hermana, me di cuenta de que este plan se había vuelto infinitamente más complicado.

Ya no se trataba solo de engañar a mi familia. Se trataba del hombre sentado frente a mí, un estratega brillante que acababa de declarar la guerra en mi nombre sin que yo supuestamente me diera cuenta.

Y yo estaba atrapada en el medio, fingiendo ignorancia mientras sentía que el suelo bajo mis pies se volvía cada vez más inestable. Más delgado.

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