Aquellas palabras resonaron como un eco en la mente de Luna. Se quedó sin palabras, sus labios entreabiertos, sus ojos muy abiertos por la sorpresa.
Él siguió hablando, ignorando el temblor en su propia voz.
—No sé qué haría si te llegara a pasar algo. Por eso te pido… no, te suplico… que te cuides. Prométemelo, Luna. Prométeme que me llamarás si alguna vez sientes que estás en peligro. Prométemelo, por favor.
Luna parpadeó varias veces. Su respiración era agitada, confundida. No sabía qué pensar, ni cómo responder. El momento la desbordaba.
—Emiliano… yo… no sé qué decirte. Yo no…
—No digas nada aún —la interrumpió él, con una leve sonrisa triste—. Solo piénsalo. Sé que lo vas a pensar. Sé que algún día me darás la oportunidad de hacerte feliz.
Y sin que ella lo notara venir, Emiliano se inclinó hacia ella y le dio un beso en los labios. Fue un beso rápido, desesperado, sin permiso.
Luna abrió los ojos con sorpresa y de inmediato se apartó de él, respirando agitadamente.
—¿¡Cómo te a