– Silencios que duelen
Luna estaba en su oficina, sola, con los últimos rayos del atardecer colándose por el enorme ventanal que daba a la ciudad. Firmaba algunos pendientes con gesto ausente; cada firma era casi mecánica. Cerró la carpeta con un suspiro largo y profundo. Se llevó ambas manos al rostro, presionando levemente sus sienes mientras su mente se llenaba de preguntas sin respuesta.
—¿Por qué me tiene que estar pasando esto a mí? —murmuró con voz quebrada, sintiendo un nudo en la garganta—. ¿Quién eres, Damián Blackwood…? Tengo que saber quién eres…
Se levantó lentamente de su silla y caminó hacia la ventana. Sus dedos tocaron el cristal con suavidad, como si buscara en el horizonte una respuesta que jamás llegaba. Cerró los ojos por un momento. Su mente se llenó de imágenes: su padre riendo, su madre abrazándola con ternura… sus voces, su calidez… todo lo que había perdido.
—Cuánta falta me haces, papá… Mamá… —susurró. Una lágrima solitaria descendió por su mejilla, silenci