Luna seguía de pie frente a la ventana, sumida en un torbellino de pensamientos que no la dejaban en paz. Sentía el pecho oprimido, como si el aire le costara entrar. La idea de que alguien hubiera querido matarla rondaba su mente con insistencia.
¿Por qué? ¿Quién? ¿Y para qué?
El sonido repentino de la puerta al abrirse la sacó de su ensimismamiento. Se giró con rapidez, sobresaltada. Era su tío, Marcos.
—Luna, hija… ¿Qué sucede? —preguntó con suavidad, al ver su rostro tenso—. ¿En qué piensas tan profundamente? —preguntó con voz grave, cerrando la puerta tras de sí.
Ella lo miró por unos segundos en silencio. Finalmente, respiró hondo, tomó asiento frente a su escritorio y lo señaló con la mano.
—Tío, por favor, toma asiento. Necesito contarte algo —dijo con seriedad.
Marcos frunció el ceño, preocupado, y obedeció sin decir una palabra. Se sentó en la silla frente a ella, pero no dejaba de observarla con atención.
Luna suspiró y se acomodó en su silla.
Luna entrelazó las manos sobre