El silencio que siguió fue denso. Tan pesado que se podía cortar con una daga.
Vladimir dio un paso atrás, como si la noticia lo hubiese golpeado físicamente.
—¿Estás segura? —preguntó, aunque su voz ya cargaba la tensión de la verdad que no quería oír.
Selene asintió, su rostro pálido y sus ojos enrojecidos.
—Lo vi en sus ojos, papá. En su mirada cuando me tocó, cuando me habló… ya no era el mismo. Ya no me ve como antes. Era algo… distinto. Una conexión rota.
Evelyn entrecerró los ojos.
—¿Y sabes quién es ella? —preguntó.
Selene apretó la mandíbula; sus colmillos sobresalieron levemente de pura rabia contenida.
—¡No! Y eso es lo que más me enloquece. ¡No puedo percibir su olor! Es como si su luna fuera… invisible. O… o humana. ¡No puede ser humana! ¡Damián odia a los humanos!
Vladimir la observó, su expresión endurecida.
—¿Estás diciendo que no pudiste identificarla por su esencia? ¿Que no hay vínculo aún visible?
—Exacto —respondió Selene con frustración—. Y eso me da una ventaja,