Desayuno con verdades veladas
Luna descendía por las escaleras con su habitual elegancia. Sus tacones resonaban suavemente sobre la madera, y cada paso parecía calculado, digno de la empresaria que todos admiraban. Llevaba un conjunto de lino blanco con detalles dorados, que resaltaban su cabello rubio aún húmedo en las puntas. A pesar de su rostro sereno, por dentro, una tormenta de dudas se gestaba.
En la sala, Emiliano se levantó en cuanto la vio. Su sonrisa fue cálida, pero también contenía una mezcla de preocupación.
—Buenos días, Luna —dijo con voz suave, observándola atentamente.
—Buenos días, Emiliano —respondió ella con una leve sonrisa—. Toma asiento, por favor. ¿Quieres tomar algo? ¿O te gustaría acompañarme a desayunar?
Emiliano no dudó.
—Para mí sería un gusto acompañarte a desayunar.
Luna asintió con amabilidad y le indicó con un gesto que la siguiera. Ambos caminaron hasta el comedor, una estancia elegante y luminosa, con ventanales abiertos que dejaban entrar el aire