Capitulo 3

El aire en la guarida era pesado y denso, saturado con el acre perfume de pólvora, cuero y un rancio olor a sangre seca que el tiempo no lograba disipar.

La cabaña, lejos de ser un refugio acogedor, era una fortaleza construida a la inversa: paredes de piedra bruta, ventanas selladas con barrotes de hierro y una única puerta de roble macizo, diseñada para mantener a las bestias afuera, o a la bestia que la ocupaba, dentro.

El calor de la chimenea no conseguía aplacar el escalofrío que corría por la espina dorsal de Kaelen. Él no estaba allí. No por el frío, sino por la furia.

Kaelen Vance era un hombre que se había dedicado a la caza de licántropos y otras aberraciones del folclore con una devoción casi religiosa. Su rostro, marcado por cicatrices pálidas que cruzaban su barbilla y ceja, era un mapa de viejas batallas. En sus ojos, de un gris tormentoso, no había ya rastro de juventud, solo la frialdad implacable de quien ha visto demasiado odio.

Estaba de pie frente a un mapa antiguo clavado en la pared, un pergamino amarillento que mostraba los límites del bosque y las aldeas circundantes. Sus dedos, largos y llenos de nudos, trazaban círculos nerviosos alrededor del punto donde Ethan Vólkov había sido visto por última vez: las afueras de aquel insignificante pueblo.

—Se fue. Desapareció de nuevo, —Kaelen escupió las palabras, la voz grave y raspada por el tabaco. El golpe que dio a la mesa hizo vibrar las botellas de tinctura y los frascos de plata.

—¡Un fantasma! Es como si el maldito bosque se lo tragara cada vez que estamos a punto de ponerle las manos encima.

La mujer sentada en un taburete bajo junto al fuego no se inmutó. Lena era una sombra de seda y acero; su cabello oscuro caía sobre sus hombros como un manto, y sus ojos, de un verde tan profundo que parecía absorber la luz, observaban a Kaelen con una paciencia que él consideraba exasperante.

Ella sopló el humo de un fino cigarrillo de fabricación propia, el olor a hierbas dulces mezclándose con el tufo a miedo y sudor de la cabaña.

—¿Y qué esperabas, Kaelen? Es el Lobo maldito —dijo Lena, su voz baja y aterciopelada, teñida con un acento que la hacía sonar como si viniera de un lugar muy, muy lejos.

—No es un cachorro asustado. Es un Alfa forzado a la luz, una anomalía. Sabe que lo quieres muerto. Y sabe, más importante aún, que si llega a consolidar su poder, si se sienta en el trono, no habrá criatura que no se incline ante él. Ni siquiera nosotros.

Kaelen se giró hacia ella, la respiración acelerada.

—¡Precisamente! ¿Y tú sugieres que lo dejemos vagar como un perro callejero hasta que decida reclamar su corona?

Lena apagó el cigarrillo con un gesto lento y deliberado en un cuenco de cerámica. Se puso de pie, y por un momento, la silueta esbelta y elegante proyectó una sombra más grande que la del cazador.

—Sugiero que pienses como un depredador, no como un guardián de la ley, —corrigió ella, acercándose a él con una caminata silenciosa. El fino vestido de viaje que llevaba, aunque sucio por el camino, no podía ocultar la tensa musculatura bajo la tela. —Él está huyendo de ti, sí. Pero también está huyendo de sí mismo. La Luna Roja lo ha marcado, está aterrorizado de lo que es capaz. Por eso corre. Por eso se exilia.

Apoyó una mano en el pecho de Kaelen, justo sobre el corazón. El contacto, fugaz, fue suficiente para silenciar la furia del hombre.

—Lo has perseguido sin descanso, Kaelen. Desde Escocia hasta estas remotas estribaciones. Cada vez que siente tu aliento en el cuello, se aleja, pone más tierra entre vosotros. Es el miedo a la muerte lo que lo mantiene alerta, rápido. Y ese es su mejor escudo.

Kaelen la miró fijamente, la idea instalándose lentamente en su mente. El hombre era terco, pero no estúpido.

—¿Y entonces? ¿Cuál es el plan, Lena? ¿Le enviamos un telegrama pidiendo disculpas por haber intentado destriparlo? —Había un rastro de sarcasmo amargo en su tono.

Lena sonrió, y fue una sonrisa que no llegó a sus ojos, sino que se quedó prendida en la comisura de sus labios, fría y calculada.

—La confianza. Es el veneno más lento y efectivo. No puedes matarlo a balazos si te elude. Pero puedes matarlo si dejas de ser la amenaza más grande en su vida.

Ella se apartó y fue a la mesa del mapa, sus uñas rojas trazando una línea a través de los pequeños puntos que marcaban los asentamientos humanos.

—Ha estado en el pueblo. Que interactuó con una joven. Eso es un error que no volverá a cometer. Pero seguirá buscando refugio, un lugar donde pueda dejar de correr sin el temor constante de un rifle o una estaca de plata.

Hizo una pausa, dejando que sus palabras se asentaran en el aire viciado.

—Dejémoslo respirar. Retira a los hombres. Si alargas más el tiempo de cazarlo. Pensará que ha ganado un respiro, que se ha librado de ti por fin.

Kaelen frunció el ceño, el resentimiento luchando con la lógica despiadada de su compañera.

—¿Darle una ventaja? Es arriesgado. Si se fortalece, si reúne a otros… nos costará la vida.

—Ethan volkov no se relaciona con humanos, solo viven entre ellos, actúa como ellos. Tarde o temprano, se cansará de huir. Tarde o temprano, se preguntará por qué has dejado de perseguirlo. Y cuando baje la guardia, cuando se sienta seguro, cuando se permita tener un momento de normalidad... —Lena se inclinó sobre la mesa, sus ojos brillantes con una promesa de violencia. —... Entonces, y solo entonces, sabremos exactamente dónde está. Y entonces podremos golpearlo con todo el poder que tenemos, sin resistencia, sin su habilidad para desvanecerse.

Se enderezó, la decisión ya tomada.

—No lo sé...

—La confianza, Kaelen. Lo vamos a engatusar. Él necesita un hogar, aunque sea temporal. Nosotros se lo daremos. Y cuando se sienta seguro en su trampa, el hacha caerá.

Kaelen caminó lentamente hacia la chimenea, el crujir de la leña al quemarse el único sonido aparte de su propia respiración irregular. Tomó una bocanada de aire profundo, sintiendo el olor a humo y a Lena. Era una estratega brillante, despiadada. Una criatura de la noche tan peligrosa como los monstruos que cazaba.

—Muy bien, —murmuró Kaelen, su mano apretando el mango plateado de su cuchillo de caza—. Vamos a darle al lobo de ébano un poco de cuerda para que se ahorque.

Se giró hacia ella, sus ojos grises como el acero frío.

—Prepara a los hombres. Nos vamos al sur. Vamos a fingir que hemos perdido interés en nuestro Rey no coronado.

Lena asintió, una satisfacción gélida extendiéndose por su rostro.

—Inteligente decisión, Kaelen. Ahora, la espera comienza. Y la paciencia, cazador, es una forma de veneno que nunca falla.

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