Nicola
Solo dejándome llevar por el impulso animal que me invadió, la rodeé con mis brazos y la levanté del suelo.
Valentina dejó escapar un grito, y se aferró a mis hombros, envolviendo sus piernas en mi cintura. Sus labios estaban tan cerca de los míos que casi podía sentirlos, pero no nos besamos todavía.
Apenas crucé la puerta, el aroma a pino y a la madera vieja nos envolvió. Había una chimenea en un rincón, unas cuantas velas sobre una mesa, y una cama grande cubierta con sábanas blancas.
Caminé hacia la cama con ella aún en mis brazos, y mientras lo hacía, comencé a arrancar los restos del vestido de novia que aún colgaban de su cuerpo. La tela, rasgada y sucia por la pelea en la iglesia, cedió fácilmente bajo mis manos.
—No estás perdiendo el tiempo, ¿eh? —susurró, con esa voz ronca que siempre usaba cuando quería provocarme.
—Nunca lo hago contigo, —le respondí, tirando el último trozo de tela al suelo.
La empujé contra la pared con fuerza, haciendo que soltara un jadeo entre