Nicola
Tenía frente a mí un montón de papeles y carpetas con las diferentes actividades de la organización, y las estábamos clasificando por logradas o no.
No se escuchaba nada más que él silencio en mi oficina. Lorenzo jugueteaba nervioso con sus dedos sobre el escritorio, mientras leía los informes de los últimos movimientos.
—No tiene sentido, —dijo de repente, con el ceño fruncido mirándome desde el otro lado del escritorio—. La entrega debió concretarse hace dos días. Si no fue una falla de los nuestros, entonces…
—La Camorra, —completé, mi voz baja y cargada de fastidio. Me recosté en la silla, cruzando las manos sobre el estómago mientras miraba a Lorenzo—. Sabía que no se quedarían quietos. Es cuestión de tiempo hasta que hagan otra jugada sucia.
Lorenzo asintió, dejando caer el bolígrafo sobre la mesa.
—¿Qué hacemos entonces?
Estaba por responderle cuando la puerta de la oficina se abrió de golpe, sin que nadie tocara antes de entrar.
Mi mandíbula se tensó automáticamente al