Valentina
Nicola dejó escapar un bufido bajo, mirándome con el rostro fruncido aún sin decidirse si reír o estar furioso.
—¿Y crees que atarme a una silla es la mejor manera de recordármelo?
No le respondí, me limité a mirarlo a los ojos, mientras dejaba caer lentamente mi vestido. Quedando solo en mis diminutas y sexys bragas. Su mirada recorrió mi cuerpo con una intensidad tan aballasadora que sentí como si pudiera tocarme.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunté, rozando la yema de mis dedos por su mandíbula mientras me sentaba a horcajadas sobre su regazo—. No soy una muñeca, amore mio. No soy alguien a quien proteger o consolar. Soy tu igual.
Él me sostuvo la mirada, y aunque su rostro estaba todavía decidiendo qué me dejaría ver, vi algo en sus ojos que me hizo saber que entendía lo que estaba haciendo.
—Nunca he pensado que seas menos que eso, —dijo, su voz baja acariciando mi piel—. Pero si esto es lo que necesitas, entonces hazlo, principessa.
Su respuesta me tomó por sorpresa, pero