Capítulo 2: El trato

El amanecer en Londres era un velo húmedo y frío que apenas lograba atravesar las cristaleras del piso cincuenta del Valmont Tower. Scott Valmont permanecía de pie frente a la pared de vidrio, observando el horizonte plomizo sobre Canary Wharf. Su reflejo se fundía con el cielo gris, y el brillo azul de las pantallas detrás de él parpadeaba sin descanso.

Las noticias lo habían alcanzado más rápido de lo que imaginó.

 “El heredero de Valmont Industries espera un hijo.”

 “Scott Valmont rompe el silencio: rumores de boda inminente.”

El murmullo de los titulares digitales vibraba en la oficina. Edward, su asistente, hablaba por teléfono sin pausa, intentando contener a los medios, pero el daño ya estaba hecho. Scott no se movía. Solo observaba la ciudad y el reflejo de su propio rostro, sereno por costumbre, aunque la tensión se dibujaba en la línea rígida de su mandíbula.

Su apellido era una herencia y una condena. Llevaba años demostrando que era más que “el hijo ilegítimo del señor Valmont”, el que nació fuera del matrimonio y al que la familia toleraba solo por su talento para los negocios. Pero ahora, una confusión en un hospital y una fotografía habían vuelto a convertirlo en un escándalo.

El zumbido del teléfono fijo lo sacó de sus pensamientos. Tomó la llamada sin apartar la mirada del ventanal.

—Scott Valmont —respondió con voz controlada.

La voz del otro lado era grave y pausada.

—Señor Valmont, habla el doctor Whitmore. Su padre ha tenido otro episodio cardíaco esta madrugada. Está estable, pero... debería venir.

Scott cerró los ojos. Un nudo, pequeño pero sólido, le apretó el estómago.

—¿Grave?

—Por ahora, no. Pero debe evitar alteraciones. Pregunta por usted.

El sonido del tráfico allá abajo se desdibujó. Scott solo alcanzó a decir:

—Voy en camino.

Colgó sin más. Edward lo observó desde el escritorio, nervioso.

—¿Otra vez su padre?

Scott asintió, ya recogiendo su abrigo.

—No pospongas las llamadas de la prensa. Diles lo que quieras, pero que nadie toque el nombre de mi padre.

—Entendido. ¿Quiere que...—

—No. —Scott lo interrumpió con un gesto firme y salió.

El ascensor descendió con un zumbido metálico, reflejando la imagen de un hombre que lo tenía todo y que, sin embargo, se sentía al borde del vacío.

---

La mansión Valmont se alzaba en Belgravia, una construcción de piedra clara, sobria y majestuosa. La lluvia fina hacía relucir los escalones cuando Scott subió los peldaños con pasos rápidos.

El mayordomo lo recibió con una reverencia silenciosa.

—Su padre está despierto, señor.

Scott asintió, quitándose los guantes. En el vestíbulo lo esperaban Erick y Henry, los hijos legítimos de Alastor Valmont. Ambos vestían trajes oscuros, el mismo porte educado y esa sonrisa de porcelana que escondía cuchillas.

—Vaya, miren quién ha decidido venir —comentó Erick, cruzándose de brazos.

—Pensé que el nuevo padre del año estaría demasiado ocupado dando entrevistas —añadió Henry, con una sonrisa ácida.

Scott no respondió. Los había escuchado toda su vida. Aprendió hace tiempo que el silencio dolía más que cualquier réplica.

—¿Dónde está él? —preguntó, sin detenerse.

Erick fingió sorpresa.

—En su habitación, claro. Aunque si lo ves tan animado, no te asustes; ha dicho que por fin tiene algo que celebrar.

Scott se detuvo en seco.

—¿Celebrar?

—Sí —Henry sonrió con malicia—. Que su hijo, su favorito, le dará un nieto.

El aire se volvió más denso. Scott respiró hondo y caminó hacia las escaleras.

--

El cuarto del patriarca Valmont era amplio, luminoso, dominado por una cama con dosel y el sonido constante del monitor cardíaco.

Alastor Valmont, de cabello plateado y piel pálida, se giró apenas al verlo entrar.

—Sabía que vendrías —dijo, su voz ronca pero firme—. No te preocupes, no he muerto todavía.

Scott se acercó con una media sonrisa.

—Agradezco la aclaración.

El anciano soltó una risa débil.

—No te hagas el frío. Sé que te importo más de lo que admites.

Scott no lo negó. Se sentó en el sillón junto a la cama, las manos entrelazadas. El olor a medicamento se mezclaba con el aroma tenue de té recién hecho.

—¿Qué pasó esta vez? —preguntó.

—Nada nuevo. Un corazón cansado. Pero algo lo ha hecho latir de nuevo.

Scott lo miró con cautela.

—¿A qué se refiere?

Alastor tomó un sobre doblado del buró y lo levantó con lentitud.

—Las noticias, hijo. No pensé que viviría para oír algo así. Mi nieto... —una chispa de orgullo se encendió en su mirada—. Y la mujer que elegiste, ¿cómo se llama?

Scott sintió que el aire le faltaba por un segundo. La imagen de Sara apareció fugazmente: su abrigo beige, la mirada desconcertada, la forma en que protegía su vientre como si el mundo fuera demasiado cruel para él.

Podía decir la verdad. Podía aclararlo todo y dejar que la prensa se tragara el escándalo.

Pero la voz cansada de su padre lo detuvo.

—Quiero conocerla, Scott. No me hagas esperar demasiado.

Las palabras lo atravesaron como un cuchillo.

Scott asintió despacio.

—La conocerás pronto.

El anciano sonrió, satisfecho, y volvió a recostarse.

—Tu madre estaría feliz. —Su voz se quebró un poco—. No importa cómo empezó tu historia, hijo. Lo que importa es cómo la terminas.

Scott guardó silencio.

Por primera vez en años, deseó poder creerle.

---

Cuando salió del cuarto, sus hermanos lo esperaban en el pasillo.

Erick fingió palmarle el hombro.

—Vaya actuación, hermanito. ¿Cómo lo haces?

Henry añadió, riendo:

—Si vas a inventarte una familia, al menos preséntanos a tu prometida. Seguro es encantadora... o muy conveniente.

Scott bajó la mirada, luego alzó la vista con calma.

—Tendrán su presentación. No se preocupen.

Su tono era tan tranquilo que por un instante ambos callaron.

Y mientras descendía las escaleras, Scott ya sabía lo que tenía que hacer.

---

La noche había caído sobre Londres con un viento helado. Sara Carter caminaba deprisa por una calle empedrada de Chelsea, sosteniendo su paraguas con una mano y su bolso con la otra. Había salido de su trabajo en una agencia contable hacía apenas unos minutos, deseando llegar a casa sin ver una sola cámara.

Pero cuando dobló la esquina, un coche negro se detuvo junto a la acera. La ventana se bajó lentamente.

—Señorita Carter.

Su corazón dio un salto. La voz era inconfundible.

Scott Valmont estaba al volante, con el rostro parcialmente iluminado por la luz de un farol. El abrigo oscuro y la expresión contenida lo hacían parecer sacado de otro mundo.

—¿Qué hace aquí? —preguntó Sara, sin acercarse.

—Necesitamos hablar.

—No hay nada que hablar.

Él salió del coche, ignorando la lluvia.

—Le aseguro que sí lo hay.

Sara retrocedió un paso, desconfiada.

—Si vino a decirme que todo esto fue un error, ya lo sé.

—No vine a disculparme —replicó él con calma—. Vine a resolverlo.

La forma en que lo dijo la descolocó.

Scott Valmont no hablaba como un hombre que huía del escándalo, sino como alguien que ya tenía un plan.

—Solo serán unos minutos —añadió él—. Le invito un café.

Sara dudó. Quería negarse, pero la mirada de él tenía ese tipo de determinación que hacía inútiles las excusas. Finalmente, suspiró y asintió.

---

El café Marlow’s era pequeño y discreto, con ventanas empañadas y aroma a canela. Scott apartó una silla para ella y pidió dos cafés sin preguntar qué quería. Sara se quitó el abrigo, aún nerviosa.

—Podría empezar explicándome por qué me sigue —dijo ella, cruzando los brazos.

—No la sigo —replicó él con serenidad—. Pero si cree que los medios la han olvidado, se equivoca.

Ella frunció el ceño.

—¿Qué quiere exactamente, señor Valmont?

Scott la observó por un momento, el vapor del café ascendiendo entre ambos.

—Necesito que me escuche.

Su tono no era arrogante, sino contenido. Una firmeza fría que ocultaba una súplica silenciosa.

—Mi padre está enfermo. Ha tenido otro ataque. —Se detuvo apenas al ver la sorpresa en su rostro—. Cree que usted y yo... —respiró hondo—, que vamos a tener un hijo.

Sara parpadeó, confundida.

—¿Qué...?

—Sé lo que está pensando —continuó él, sin apartar la mirada—. Pero no puedo contradecirlo. No ahora.

La incredulidad se mezcló con la rabia.

—¿Y pretende que yo siga su mentira?

Scott no pestañeó.

—Sí.

La palabra cayó entre ellos como un golpe. Sara soltó una risa amarga.

—¿Y por qué aceptaría algo así?

Él la observó con una calma que resultaba provocadora.

—Porque no quiero que lo arrastren a usted en este escándalo. Y porque ambos necesitamos tiempo.

—¿Tiempo para qué?

Scott apoyó los codos sobre la mesa, acercándose apenas.

—Para que todo esto deje de ser una mentira.

Sara lo miró, atónita. Pero antes de que pudiera responder, el murmullo del local cambió. Alguien, desde la barra, había encendido el televisor. En la pantalla, el rostro de un hombre mayor llenó la imagen.

El locutor decía:

“En declaraciones recientes, Alastor Valmont ha confirmado que su hijo Scott pronto será padre. ‘Estoy ansioso por conocer a mi futura nuera y a mi nieto’, fueron sus palabras textuales.”

Sara se giró lentamente hacia Scott, el corazón desbocado. Él sostuvo su mirada, en silencio.

Y en ese instante, comprendió que ya no había elección posible.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP