Elara no podía apartar la mirada de su amado. Jarek yacía allí, todavía débil, con la piel pálida, pero sus ojos comenzaron a abrirse lentamente, iluminándose con vida.
Ella corrió hacia él con el corazón desbordado de esperanza, temblando de emoción mientras acariciaba con ternura su rostro marcado por el sufrimiento.
—¡Jarek, despertaste! —exclamó, su voz entrecortada por el llanto.
Él la miró con una sonrisa débil, pero llena de amor y gratitud.
—Desperté, mi amor —susurró con voz ronca—. Todo fue gracias a ti, gracias a tu amor que nunca me abandonó, que me sostuvo en la oscuridad.
Elara lo abrazó con toda la fuerza que le quedaba, sintiendo cómo su cuerpo temblaba aliviado.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas, pero esta vez no eran de dolor ni miedo, sino de pura alegría y esperanza renovada.
—Narella nos ayudó —dijo entre sollozos.
Jarek giró la cabeza hacia la puerta, donde Narella aún esperaba, y con una sonrisa cálida le expresó su agradecimiento.
—Gracias, futura nuera —di