Al día siguiente…
El alba apenas comenzaba a teñir el cielo de tonos suaves cuando Narella abrió los ojos.
Su pecho subía y bajaba con un ritmo sereno, aunque por dentro sentía todo menos calma.
Se levantó en silencio, cubriéndose con la sábana, intentando no despertarlo.
El cuarto olía a él. A deseo, a tormenta, a decisiones imposibles.
Fue al baño y se sumergió bajo el agua caliente, buscando borrar de su piel las emociones, los temblores, las huellas de lo que había pasado la noche anterior.
Al salir, ya vestida, se detuvo frente al espejo.
Y entonces la vio. La marca.
Grabada como fuego en su piel. Como sentencia. Como destino.
—No… —susurró al reflejo, tocando el lugar exacto con la yema de los dedos—. No debió hacerlo…
«Él es tu lobo. Le pertenecemos. ¿Por qué dices que no debió hacerlo?»
La voz de su loba, Nya, vibraba dentro de ella, suave, casi triste.
«¿Acaso te arrepientes de amar a nuestro mate?»
—No… —susurró Narella con los ojos cerrados—. No me arrepiento de amarlo.
Per