La mirada de Heller ardía como un fuego indomable, sus ojos amarillentos cargados de rabia y decepción.
La mano que momentos antes la sostenía con fuerza se aflojó de golpe, y Eyssa cayó al suelo, su cuerpo tembloroso golpeando contra las frías losas.
Él, sin mostrar compasión, extendió el brazo y tomó a la otra mujer, Irina, apartándola con un gesto que marcaba su decisión irrevocable.
—Entonces… —su voz retumbó como un trueno en medio de la tormenta— no serás más mi esposa.
Un silencio helado cubrió el lugar.
—Te degrado a concubina. —El veneno en sus palabras desgarró el corazón de Eyssa—. Irina será mi nueva esposa.
El eco de esa sentencia se clavó en su alma como una daga. Eyssa, con lágrimas empañando sus ojos, apenas pudo sostenerse de pie.
Su respiración se agitó, su orgullo roto, y, sin embargo, dentro de ella brillaba una chispa de dignidad.
—Entonces… —su voz temblaba, pero logró alzarse con el coraje que aún guardaba— ¡te rechazo, Heller! ¡Quiero el divorcio!
Las palabras