El anciano asintió, temblando. Se levantó, cruzó el puente.
Y Esla se quedó allí, jadeando, con las patas firmes en la tierra manchada de sangre, mirando al enemigo que aún quedaba… y que vendría más fuerte.
El anciano dudó, pero obedeció. Miró una última vez a su líder antes de cruzar el puente.
Fue entonces cuando Esla sintió un presentimiento. Algo oscuro.
Lanzó un último rugido, haciendo que el suelo vibrara, pero justo al girar, escuchó un disparo que cortó el aire.
No sintió dolor al principio. Fue más bien un ardor, un calor profundo que la paralizó.
Cayó de rodillas. Su lomo sangraba.
—No… —susurró—. No puede ser…
Miró la herida. Era una bala con onagra.
Una toxina. Un veneno que anulaba su poder, que dormía su alma. Onagra, usada solo para neutralizar a los alfas… o a líderes demasiado peligrosos, esto creado por Bernard de Granate.
El miedo la invadió como una tormenta.
Por un instante, pensó en Elara. Si ella caía, Elara quedaría sola, vulnerable.
Aulló.
Fue un aullido ances