Lejos de ahí, entre las sombras del bosque aún teñido por la luz de la luna, Esla corría junto a su manada.
Sus patas golpeaban con fuerza la tierra húmeda, su pelaje dorado brillaba como si un fuego interior la impulsara a no detenerse jamás.
El viento silbaba en sus oídos, las ramas crujían a su paso, y el aliento entrecortado de los otros lobos la envolvía… pero de pronto, algo la atravesó por dentro.
Un estremecimiento.
Un aullido que no venía del bosque… sino del alma.
Esla se detuvo en seco. Sus ojos se abrieron con asombro y miedo.
Sentía una vibración profunda, como si alguien hubiera tocado las cuerdas más íntimas de su ser. Su corazón dio un vuelco. Cerró los ojos apenas un instante y lo escuchó.
Era un eco lejano, un rugido de dolor... pero también de amor. Una súplica muda. Una despedida.
—No puede ser… —murmuró mentalmente.
Su lobo interior gimió, desconcertado, y en su mente surgió un pensamiento que no parecía suyo, pero al mismo tiempo lo era:
«Severon… ¿Nos está llaman