Al día siguiente, la luz tímida del amanecer se filtraba en la casa de campaña, pintando con tonos dorados y plateados.
Alessander abrió los ojos lentamente, sintiendo el calor suave de un cuerpo junto al suyo. Giró la cabeza, y allí estaba Narella, dormida, con su respiración tranquila y un mechón de cabello cubriéndole parte del rostro.
Por un instante, simplemente la observó.
Recordó todo lo que había pasado, las batallas, las pérdidas… y sintió una paz extraña, como si aquel amanecer fuera el primero en mucho tiempo que no le pesaba en el alma.
Había tomado su decisión.
Narella era su compañera, su elección. Myran… Myran había sido un capítulo doloroso, pero ella merecía descansar en paz, libre de los fantasmas que él arrastraba.
Y él… él merecía permitirse volver a amar.
Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
Cuando Narella abrió los ojos, la luz matinal se reflejó en ellos como un destello de vida nueva. Se miraron en silencio, compartiendo algo que no necesitaba palabras.
Se