Lejos de allí, en el corazón del reino Rosso, las altas murallas custodiaban un ambiente cargado de preocupación.
La luz de la tarde entraba débilmente por los ventanales del palacio, bañando con tonos dorados el rostro preocupado de Alessia.
Frente a ella, su padre yacía en la gran cama real. Su respiración era pausada, pero cada inhalación parecía un esfuerzo.
No había señales de mejora, y eso calaba en el pecho de Alessia como un puñal helado.
No había noticias de Alessander.
Su madre, Elara, había enviado una comitiva en su búsqueda.
También buscaban al príncipe Aren, cuya mera presencia era aún un peligro; andaba por ahí con parte del ejército Darkness, y su sombra se cernía como una amenaza latente.
Madre e hija abandonaron la habitación, el sonido de sus pasos resonando sobre el mármol. En el pasillo, Elara la miró con ojos serios, pero llenos de ternura.
—¿Qué harás, hija? —preguntó con voz baja, como si temiera que las paredes escucharan—. Ahora esperas un cachorro… y supe qu