Lucien avanzó por el pasillo que conducía al salón del trono. El eco de sus pasos parecía retumbar como un tambor de guerra en sus oídos.
Afuera, el cielo estaba cubierto de nubes oscuras, como si la misma naturaleza presintiera lo que estaba por ocurrir.
Frente a las puertas, dos guardias se cuadraron y, al verlo, golpearon con las lanzas en el suelo.
—Su majestad lo espera —anunció uno de ellos.
Lucien respiró hondo, sintiendo que cada inhalación le quemaba los pulmones. La tensión en el aire era tan espesa que podría cortarse con una garra.
Cuando entró, vio al rey Alfa, Jarek, sentado en su trono. Su mirada era tan afilada como una hoja recién forjada. No necesitó gritar para imponer respeto; su sola presencia era suficiente para que cualquier lobo se mantuviera en silencio.
El rey no tardó en romperlo.
—Me he enterado —dijo con voz grave, casi un gruñido— del incidente entre Audrey y Alessia. Esa mujer… —su mandíbula se tensó— es un peligro. Si mi hija no estuviera fuera de riesg