Rhyssa abrió los ojos de golpe.
La luz tenue del techo la cegó por un instante, pero luego lo primero que vio fue el rostro de su tía Idaly, inclinada sobre ella.
Tenía el ceño fruncido y el alma temblando.
—Rhyssa… —su voz era casi un susurro trémulo—. Perdiste al cachorro. ¿Qué pasó? ¿Quién…?
La palabra “quién” quedó suspendida entre ellas como una daga flotando.
Rhyssa parpadeó. El dolor la atravesaba como fuego, pero fue el miedo lo que realmente la hizo llorar.
Lágrimas calientes corrieron por sus mejillas, mezcladas con el sudor del esfuerzo, la angustia y la vergüenza.
—Tía… —su voz salió rota—. ¡Sálvame, por favor!
Idaly frunció el ceño, acercándose con más preocupación.
—¿Qué estás diciendo?
—¡Van a matarme! —gimió Rhyssa, tomando la mano de su tía con fuerza—. Escucha, tienes que ayudarme. Ve a la mazmorra… ve con los Pícaros. Diles que digan que fue Elara de Golden, ¡que ella les ordenó atacarme!
Los ojos de Idaly se abrieron como platos, su rostro perdió el color.
—¿Qué est