Una vez que estuvo listo, Jarek acarició con ternura el rostro de su hembra y besó su frente con devoción.
—Volveré pronto, mi amor… Te amo, nunca lo olvides.
Elara sintió que su alma quería retenerlo, abrazarlo con fuerza y no dejarlo partir.
Pero también sabía, desde lo más profundo de su ser, que el deber lo llamaba.
Proteger al reino, a la manada, era la carga que su destino, como Alfa le imponía.
Jarek salió con paso firme del dormitorio. En el pasillo lo esperaba la última cuadrilla de betas.
—¡Su majestad! —exclamó el capitán—. ¡Permítanos ir con usted!
Jarek negó con la cabeza y su mirada fue directa al líder de esa cuadrilla, Sylas, un beta leal de mirada templada, pero corazón de guerrero.
—Escucha bien, Sylas —gruñó Jarek con autoridad mientras se acercaba—. Vas a quedarte. Vas a proteger a Luna Syrah… y a mi prometida, la futura Luna Elara. Si algo les pasa, si siquiera una gota de su sangre es derramada, te juro que tú y tu escuadra lo pagarán con la vida. ¿Ha quedado clar