Elara retrocedió, y al girar para escapar, uno de ellos la sujetó por el brazo.
—No vayas tan lejos, hembra —gruñó con voz áspera—. Hoy vamos a hacerte aullar de placer… pero no de la forma en que esperas.
Elara forcejeó. El miedo se le trepó al pecho.
Pero algo… algo no estaba bien. Su cuerpo comenzó a arder. Su piel se calentó. Su aliento se hizo jadeo.
No era miedo. Era… deseo. Una excitación intensa, antinatural.
—¿Qué… qué me pasa…?
Una risa seca cortó el aire.
Rhyssa apareció entre las sombras.
—¿Y tú eres la gran Luna profética? —se burló—. Mírate… ni siquiera puedes salvarte. Pícaros… márquenla. Que desee estar muerta.
Rhyssa se fue.
Elara los miró con terror. Su cuerpo ardía. Sus sentidos se descontrolaban. Pero entonces, algo cambió.
Desde el fondo de su alma, Esla emergió.
Una loba de pelaje dorado como el amanecer, ojos furiosos y colmillos desnudos.
El efecto de la droga ya no era suficiente para controlarlas.
Los hombres se transformaron en lobos, enormes, negros. Gruñero