Sylas se detuvo.
La espada temblaba en su puño.
—¿Qué estás diciendo? —susurró, su voz más peligrosa que un grito.
—¡Ella es la culpable! —insistió el hombre, mirando de reojo a Idaly—. ¡Todo fue por ella! ¡Rhyssa era solo una víctima más! Nosotros… no tuvimos elección.
Sylas no respondió de inmediato. Solo miró a cada uno, uno por uno, como si pudiera arrancar la verdad con la mirada.
Y entonces, sin decir una palabra más, salió de la celda, la puerta retumbando al cerrarse tras él.
Idaly exhaló con fuerza. Aún no estaban a salvo… pero la mentira ya estaba sembrada.
Y como toda mentira bien contada, podía germinar en cualquier corazón… incluso en el del Alfa.
Sylas salió corriendo como un poseso.
Sus pasos retumbaban en los pasillos de piedra, pero el estruendo más feroz no venía de sus botas, sino de su corazón, que latía como si fuera a romperse.
Llevaba una furia viva atravesándole el pecho y un dolor que lo hacía tambalearse, como si su alma misma se desgarrara con cada paso.
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