Elara permanecía en la habitación de Luna Syrah, con el rostro desencajado, los ojos vidriosos y las manos temblorosas.
La tensión en su pecho era insoportable, como si un lobo aullara dentro de su alma, pidiendo respuestas que aún no llegaban.
Luna Syrah la observaba con preocupación creciente, notando cómo la joven se debatía entre el miedo y la impotencia.
—Elara —murmuró Syrah con voz serena mientras se acercaba—, mírame, hija. Respira. Estás a salvo aquí.
La joven loba levantó la mirada lentamente, sus ojos dorados empañados por las lágrimas contenidas.
Estiró la mano, casi como una niña que busca consuelo, y Syrah la tomó con firmeza.
Elara se aferró a ella como si temiera que se desvaneciera en el aire.
—No puedo evitarlo —susurró Elara con la voz quebrada—. Desde que despertó este don en mí... es como si mi mente no pudiera descansar. Veo cosas. Siento cosas. Es como si el pasado y el futuro intentaran hablarme al mismo tiempo, pero solo oigo gritos. Sé que aún no domino la vi