Elara tuvo que salir de la habitación de sanación.
Los médicos necesitaban espacio para revisar mejor el estado del Alfa.
A cada paso fuera de esa sala, sentía que se rompía un poco más por dentro. Sus piernas temblaban, su pecho dolía, como si su corazón estuviera siendo arrancado con cada latido.
Se recargó en la pared del pasillo.
Apenas podía mantenerse en pie. Estaba exhausta, drenada, física y emocionalmente. Su cuerpo temblaba de debilidad… y de miedo.
Entonces llegó Luna Syrah.
Su rostro estaba bañado en lágrimas. Sus ojos, enrojecidos, revelaban la misma angustia que consumía a Elara.
Sin decir palabra, se abrazaron con fuerza. El llanto silencioso de Syrah se mezcló con los sollozos contenidos de Elara, que apenas tenía fuerzas para consolarla.
—Él no puede dejarnos… —susurró Syrah, rompiéndose.
El sonido de pasos los hizo girar. Era el médico real. El silencio en el pasillo se volvió denso, sofocante.
Elara se incorporó de golpe. Su mirada se clavó en el hombre.
—¿Cómo está