—¡No! —rugió Lucien, con la voz quebrada por la rabia y la desesperación—. ¡No acepto tu rechazo, Alessia! ¡No lo acepto, no lo aceptaré jamás! No puedes abandonarme así... ¡Porque no lo acepto!
Sus ojos, usualmente fieros, estaban enrojecidos, rotos, vulnerables.
Se había aferrado a ella como si fuese su última esperanza, su salvación, y ahora se le resbalaba entre los dedos sin poder hacer nada.
Alessia se quedó congelada por un segundo, impactada por la intensidad de su voz, por el dolor desbordado en su mirada.
Su lobo interior rugía en conflicto, pero su despecho era más fuerte.
Respiró hondo, alzó una mano temblorosa y dio la orden con voz firme, aunque su corazón se hiciera trizas en el proceso.
—Llévenlo al calabozo.
Lucien fue arrastrado entre gritos y manotazos, negándose a soltarla incluso en el último segundo.
Y solo cuando la puerta de piedra se cerró con estruendo tras él, solo entonces, Alessia se permitió desplomarse sobre sí misma.
Sus piernas flaquearon. Se apoyó en