—¿Cómo lo sabes, príncipe Aren? —la voz de Alessia temblaba, entre incredulidad y desesperación.
El hombre bajó la mirada un instante, ocultando la curva maliciosa que se dibujaba en sus labios.
—Lo siento, princesa… pero mi guardia personal los vio ayer… juntos. Muy juntos.
Las palabras se sintieron como una daga entrando en su pecho.
Alessia parpadeó, aturdida, mirando fijamente a la mujer que la acompañaba. Audrey. La serpiente. La que había desaparecido justo antes de la prueba de paternidad.
—¡Tú! —escupió con una furia contenida—. ¡Mujerzuela, volviste a buscarlo!
Audrey alzó la barbilla, desafiante, con una sonrisa venenosa.
—¡Él me ama! —gritó, con el rostro iluminado de falsa victoria—. No importa que seas su mate, su esposa, su reina. Él me desea a mí. ¡Y vamos a tener un hijo! —colocó las manos sobre su vientre, acariciándolo con teatral ternura—. Sí… Yo le daré un cachorro a Lucien. Porque él es mío. Siempre lo ha sido. ¡Me pertenece!
El alma de Alessia se quebró en ese in