Elara se giró lentamente para mirar a la mujer. Exhaló un suspiro, uno largo, profundo… como si aún dudara de lo que estaba por hacer.
Minah ya había terminado de hablar y de tejer su cruel trampa. Estaba ahí, sentada, con esa falsa calma que tanto la caracterizaba, como si todo lo que había sucedido entre ellas pudiera borrarse con una simple sonrisa o unas palabras bien elegidas.
Sus ojos brillaban con esa mirada melosa que aparentaba súplica, pero Elara ya no caía en sus juegos.
Con el tiempo, había aprendido a ver más allá de la máscara. Esa mujer era puro veneno, un pozo oscuro disfrazado de dulzura.
—Está bien —dijo Elara finalmente, con una voz más fría de lo que ella misma esperaba—. Puedo permitir que veas a tu hijo… un poco más.
Minah sonrió. Esa sonrisa... Elara no supo si le daba risa o repulsión. Era casi feliz, como si aún creyera que tenía control de algo.
—Pero… —añadió Elara, con una pausa que congeló el aire— no será gratis. Vas a tener que pagar por eso.
La sonrisa d