El aire en la estancia vibraba con la intensidad de un vínculo que se había mantenido dormido demasiado tiempo.
El beso entre Jarek y Elara no fue un simple contacto de labios, fue una descarga de electricidad salvaje, una chispa que incendió sus cuerpos y sus almas por igual.
Jarek la tenía entre sus brazos como si de un tesoro frágil se tratara, como si temiera que al soltarla se disolviera en el aire.
Sus manos recorrieron su espalda con reverencia, pero también con hambre.
Cada roce, cada respiración entrecortada, hablaba de todo lo que ambos habían callado durante tanto tiempo.
Elara, aún adolorida, se aferraba a él, no porque no pudiera sostenerse por sí misma, sino porque él era su ancla en medio del caos.
Sintió como esas manos la acariciaban con fervor, pero también con un deseo desmedido.
Jarek sintió su erección palpitar, la deseaba demasiado, y quería hacerla suya, de una vez por todas, mientras Severon aullaba de deseo.
Sin embargo, la magia de ese instante se quebró cuand