Hester partió con su padre hacia la guerra.
El aire frío de la madrugada calaba en los huesos, y el cielo estaba teñido de un gris lúgubre, presagio de la sangre que pronto sería derramada.
Frente a ellos se extendían las tierras, que esos rebeldes habían tomado, negándose a respetar la ley y autoridad del Rey Alfa.
La tensión se respiraba en cada rincón, el ejército entero marchaba en silencio, como si todos comprendieran que no regresarían los mismos que habían partido.
Al quedarse a solas, Heller no perdió la oportunidad de acercarse a Eyssa. La rodeó con la mirada, como un lobo acechando a su presa, saboreando la idea de verla temblar.
—¿Crees que tu macho volverá victorioso? —preguntó con tono cargado de burla, buscando quebrar su fe.
Eyssa alzó el rostro con dignidad. Sus ojos, cargados de un brillo desafiante, no mostraron temor.
Ella no sería intimidada, no por Heller, ni por nadie.
—Él volverá —respondió con voz firme, cargada de una convicción que heló el aire entre ambos—.