Elara lo miró.
Con el corazón en ruinas, lo miró.
Jarek... el Alfa que alguna vez fue su todo. El mismo que juró protegerla incluso de sí mismo.
Y, sin embargo, ahí estaba, de pie frente a ella, como si todo lo que pasó no fuese nada, como si todo hubiese acabado.
Su mirada era un océano de culpa y confusión, pero para Elara, eso ya no bastaba.
—Tú... ¿Te arrepentiste de condenarme?
Su voz tembló, quebrada por cicatrices que aún sangraban por dentro.
No fue un reproche, fue una herida abierta que nunca cerró. Cada palabra fue un lamento que le atravesó la garganta. Quería mantenerse erguida, digna, pero su cuerpo ya no respondía.
El dolor iba más allá de la carne. Era el alma la que estaba hecha trizas. El alma de una loba traicionada.
Con esfuerzo, se enderezó lo más que pudo. El vestido beige que llevaba apenas se ceñía a su figura como si intentara ocultar los restos de lo que una vez fue: una loba fuerte, la hembra que lo amaba.
Jarek apenas llevaba los pantalones puestos. Su tor