Jarek no podía apartar la mirada de Elara.
Su amada Luna yacía bajo él, aún anudados, sus cuerpos entrelazados como si el universo entero hubiese conspirado para fundirlos en uno solo.
Su respiración era pausada, y su pecho subía y bajaba con una calma que contrastaba con el fuego que ardía en su interior.
Sus ojos se clavaron en los de ella, oscuros, intensos… pero esta vez hablaban de algo más. De un anhelo profundo, de un lazo eterno, de una necesidad salvaje y sagrada.
Acarició su rostro con una ternura que no encajaba con su naturaleza alfa, como si temiera quebrarla.
Elara le sonrió, rendida a ese instante sagrado, vulnerable y completa.
—¿Me amas? —preguntó él con voz ronca, como si necesitara escucharlo para seguir respirando.
—Te amo —susurró ella sin dudar, como una promesa.
—Quiero marcarte como mía. Para siempre. ¿Puedo hacerlo?
Elara sintió un leve estremecimiento. Una chispa de miedo se encendió en su interior, antigua y visceral.
Pero fue fugaz.
Al mirarlo a los ojos, a