—¿Por qué hueles a mar… y a hierba? —murmuró Elara.
El mundo le daba vueltas.
Antes de desmayarse, escuchó una voz áspera a la distancia.
—¡Es una Granate! ¡Ahora es nuestra prisionera! —dijo el Alfa Jarek del reino Rosso.
***
Cuando Elara abrió los ojos, el aire olía a metal oxidado y humedad.
Tardó unos segundos en enfocar.
Su cabeza palpitaba como si la hubieran golpeado, y el cuerpo le pesaba.
Estaba recostada en el suelo de piedra, cubierta con un vestido de lana gruesa que no le pertenecía.
Se incorporó de golpe, el instinto gritándole peligro.
Sus ojos recorrieron las sombras... hasta que lo vio.
Barrotes.
Una jaula.
Elara gateó hasta ellos, temblando.
Sus manos se aferraron al frío metal, y su corazón empezó a latir con fuerza desbocada.
—¡No… no otra vez! —susurró. Su voz se quebró como cristal.
Golpeó los fierros con los puños. El sonido hueco y cruel le respondió.
—¡Sáquenme de aquí! ¡¿Quién me encerró?! ¡Malditos! ¡Suéltenme!
Gritó hasta desgarrarse la garganta, pero no hub