Sylas se detuvo de golpe. Un nudo se formó en su garganta antes siquiera de entender por qué. Entonces la vio…
Rhyssa.
El cuerpo de la mujer yacía tendido en el suelo, bañado en sangre. Sus ojos seguían abiertos, fijos en un punto lejano, como si aún esperaran algo que jamás llegaría.
Pero la chispa en ellos… ya no existía.
La vida la había abandonado.
Por un instante, el mundo pareció detenerse. No hubo sonido, ni respiraciones, ni voces. Solo el latido atronador del corazón de Sylas… y luego, el rugido desgarrador de su lobo.
Un aullido rompió el silencio como una cuchilla afilada, un lamento que heló la sangre de todos los presentes.
Fue un grito de pérdida, de furia, de desesperación.
El eco de su dolor se extendió y como en una reacción instintiva, los lobos presentes bajaron la mirada.
Nadie se atrevió a mantener la vista en alto.
Sylas lo había perdido todo.
Había perdido a su mate. Había perdido a su hijo.
Y lo más devastador de todo… se había perdido a sí mismo.
Traicionó a