Eyssa avanzó con cautela junto al Beta Segundo, Bryan.
No caminaba confiada; cada rama crujiente bajo sus patas la hacía saltar levemente, y su guardia la seguía a una distancia prudente, vigilando cada movimiento.
El bosque, denso y oscuro, parecía querer envolverla en sombras mientras la llevaban a lo más profundo, donde solo los lobos más leales se atrevían a aventurarse.
Cada paso retumbaba en el corazón de Eyssa, que no podía quitarse la sensación de peligro inminente.
Allí, entre la maleza y los árboles centenarios, vieron a un hombre atado, rodeado de lobos que gruñían bajo la luna, manteniéndolo bajo control. Su respiración era agitada, y sus ojos reflejaban miedo puro.
—Su alteza —dijo Bryan con voz grave—. Este hombre fue quien lanzó la flecha. Lo perseguimos durante días y ha dicho algo que podría ser grave para la manada.
Eyssa se acercó con pasos firmes, la rabia y la preocupación mezclándose en su interior. El hombre, al ver a la princesa, fue obligado a hablar, tembland